Comentario
CAPITULO XVII
Que trata de los nefandos sacrificios que hacían a sus ídolos y de los papas
La idolatría universal y [el] comer carne humana ha muy pocos tiempos que comenzó en esta tierra, como atrás dejamos dicho. Las personas de mucho valor comenzaron a hacer estatuas a los hombres de cuenta que morían y, como dejaban casos y hechos memorables en pro de la República, les hacían estatuas en memoria de sus buenos y famosos hechos; después, los adoraban por dioses. Ansí fue tomando fuerza el demonio para más deveras arraigarse entre gentes tan simples y de poco talento. Después [de] las pasiones que entre los unos y los otros obo, comenzaron a comerse sus propias carnes por vengarse de sus enemigos y, ansí, rabiosamente entraron poco a poco, hasta que se convirtió en costumbre comerse unos a otros, como demonios; y ansí, había carnicerías públicas de carne humana, como si fueran de vaca y carnero, como el día de hoy las hay. Quieren decir que este error y cruel uso vino de la provincia de Chalco a ésta, y lo mismo los sacrificios de la idolatría y el sacarse sangre de sus miembros y ofrecerla al demonio. Las carnes que se sacrificaban y comían eran carnes de los hombres que prendían en la guerra y de esclavos o prisioneros. Ansimismo, vendían niños recién nacidos y de dos años para arriba para este cruel e infernal sacrificio y para cumplir sus promesas y ofrecer en los templos de los ídolos, como se ofrecen las candelas de cera en nuestras iglesias. Sacábanse sangre de la lengua si habían ofendido con ella hablando, de los párpados de los ojos por haber mirado, de los brazos por haber pecado de flojedad [y] de las piernas, muslos, orejas y narices según las culpas en que habían errado y caído, disculpándose con el demonio. Al cabo, le ofrecían el corazón por lo mejor de su cuerpo, que no tenía otra cosa que le dar, prometiendo de darle tantos corazones de hombres y niños para aplacar la ira de sus dioses, o para alcanzar o conseguir otras pretenciones que deseaban. Esto les servía de confesión vocal para con el perverso enemigo del género humano.
Ansimismo, tenían gran cuenta de criar sus hijos con muy buenas costumbres y doctrina. Los hijos de los señores tenían ayos que criaban y doctrinaban. Tenían sus frases y modo de hablar con los mayores y éstos con los menores y con sus iguales y supremos señores de mayor a menor, y en esto gran primor y policía en su modo. Eran muy oradores y había entre ellos personas hábiles y de gran memoria. En sus razonamientos estaban asentados en cuclillas y sin asentarse en el suelo y sin mirar, ni alzar los ojos al Señor, ni escupir ni hacer meneos, y sin mirar a la cara. Al despedirse levantaba [el orador] bajando su cabeza y retirándose hacia atrás sin volver las espaldas, con mucha modestia. En todo, el demonio hablaba con estas gentes en oráculos y fantasmas, y en estos lugares les manifestaba muchas cosas.
El desmentirse unos a otros no lo tenían en nada, ni por punto de honra, ni lo recibían por afrenta. Esta nación es muy vanagloriosa y muy celosa de sus mujeres, que por el caso se matan muchos, y las mujeres muy más celosas que los hombres. Es gente cobarde a solas, pusilánime y cruel, y acompañada con los españoles son demonios, atrevidos y osados. Es la mayor parte della simplísima, muy recia, carecen de razón y de honra, según nuestro modo, [porque] tienen los términos de su honra por otro modo muy apartado del nuestro. No tienen por afrenta el embeodarse ni comer por las calles, aunque ya van entrando en policía de razón y van tomando grandemente costumbres y buenos usos que les parecen muy bien. En su antigüedad se trataba mucha verdad, mayormente a sus señores y mucha más entre los principales. Guardábanse las palabras unos a otros y no la quebrantaban so pena de la vida, aunque agora con la libertad son grandes mentirosos y tramposos, aunque hay de todo, [por]que muchos de ellos, que son mercaderes, tratan verdad y son de muy gran crédito, y, como atrás decimos, han tomado mucho de nosotros. Tenían por afrenta vender casas o arrendarlas, o pedir prestado, lo cual en su antigüedad no se usaba, ni se debían unos a otros cosa alguna. Sus promesas y posturas las cumplían luego y no faltaban.
Los modos de sus templos atrás lo dejamos referido, que son a manera de pirámides, excepto que se subía por gradas hasta la cumbre, y en lo más alto había una o dos capillas pequeñas y, delante de ellas, dos grandes columnas de piedra en donde perpetuamente estaban con lumbre y grandes perfumes de noche y de día, que jamás cesaba desde los templos pequeños hasta los mayores. Los servidores de éstos eran aquellos que prometían serlo hasta la muerte y algunos por tiempo limitado. Estos se sustentaban de las primicias de los frutos que cogían. Tenían sacerdotes mayores que llamaban Achcautzin teopixque teopannenque tlamacazque, que eran como agora son los religiosos que tenían aquella religión. Tlamacazque se llamaban porque servían a los dioses con sacrificios y sahumerios y ansí, todos aquellos que sirven a los españoles el día de hoy los llaman tlamacazque, porque como los españoles fueron a los principios tenidos por dioses, ansí todos aquellos que los servían eran llamados tlamacazque, porque ansí llamaban a los que estaban en los templos de los dioses. Hasta hoy ha quedado este nombre tan arraigado, que llaman a los criados de los españoles tlamacazque o tlamacaz.
Por segunda persona había "Papas", no porque el nombre de "Papa" fuese de Sumo Sacerdote sino [porque] como los más viejos sacerdotes, aquellos que sacrificaban a los hombres, quedaban tan ensangrentados y ellos eran tan pésimos y sucios, criaban gran suma de cabellos, que los tenían tan largos que les daban casi hasta las nalgas, y ellos estaban tan sucios y percudidos de la sangre y tan afieltrados, que por estas crines les llamaban "Papas" y no por sacerdotes supremos, que al sacerdote o sacerdotes mayores los llamaban Teopanachcauhtzin Teopixque, que, interpretado en nuestro romance, quiere decir "Los mayores del templo", o "Los guardas de los dioses", o "Guardas de los templos". Los ornatos de sus altares donde se inmolaban los cuerpos humanos no los tenían con atavíos de seda, ni brocados, sino en rústico modo. Sólo algunos ídolos tenían de piedras ricas de mármoles, cristal, o de piedras verdes chalchiuites o de turquesas y amatistas, y algunos de preseas de oro.